OTRAS OBRAS
DE R.L. STEVENSON
Además de escribir "El
extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde" Stevenson escribió
grandes obras:
"La
isla del tesoro"
"El
príncipe Otto"
"La
flecha negra"
"El
señor de Ballantrae"
"Aventuras
de David Balfour"
"La
playa de Falesá"
"Cartas
de Vailima"
"Markheim"
"Olalla"
MARKHEIM
Es un relato muy breve sobre un motivo constante en la obra de Stevenson: el demonio como forma depurada de la presencia del mal en el mundo. Markheim, sin embargo, le mira como a un ser "que no procedía ni de la tierra ni de Dios", pero, de cualquier modo, ligado al mal. El demonio acude al asesinato cometido por Markheim, como buitre a su carroña. El protagonista de la obra rechaza la ayuda porque "No haré nada que me ligue voluntariamente al mal". El mal de Markheim, su pecado, es el de una naturaleza humana contradicha, el de un hombre, como otros, a quien la vida "lleva a rastras", porque es "el pecador que no quiere serlo". Por ello, se remite a Dios y a su juicio y echa en cara al diablo su torpeza por no leer en su alma. En realidad, este diablo parece un recaudador de culpas tasadas escrupulosamente según una precisa casuística de los actos realizados, haciendo más oficio de contable que de agente trágico, atento sólo a la dirección correcta, seguro, con buen criterio calvinista, de que la lucha entre el bien y el mal no se determina por arrepentimientos de última hora sino por pertenecer de antemano a uno de los dos frentes. "El mal para el cual vivo", dice este diablo, "no consiste en la acción sino en el carácter" y, en consecuencia, tanto los pecados como las virtudes pueden ser "guadañas que utiliza el ángel de la Muerte para recoger su cosecha". No obstante, Markheim no ve la causa de su pecado en el mal sino en la pobreza y en las circunstancias de su vida, y se reconoce tan capaz de pecado como de santidad, "porque no quiero una sola cosa, sino todas". Al final, actuará a favor de su tesis o, más exactamente, no actuará pues su decisión es la no actuación, negando así las propias inclinaciones perversas. Antes de su entrega voluntaria a la justicia, Markheim verá desfilar ante sí su pasado como "el escenario de una derrota", atento ya sólo a buscar para su vida un refugio tranquilo.
WEIR DE HERMISTON
Stevenson
no logró acabar la que deseaba que fuese la mejor de sus obras,
en la que trabajó hasta el día de su muerte. En un sentido
esta novela es la antítesis de Jekyll y Hyde, pues
con ella quiso abordar el escritor una literatura de género distinto
a los otros relatos. Pero en otro sentido la continúa temáticamente,
pues problemas que operan de modo más latente que manifiesto en
Jekyll
y Hyde, como el de la relación padre-hijo y la figura de
la mujer ausente en dicha obra, encuentran aquí una cierta solución.
La atmósfera de la novela no es de suspense, sino de leyenda. El
protagonista, Archie Weir, es un joven lleno de perplejidades, que se debate
en una red de conflictos psicológicos, culturales y políticos:
la relación ambivalente de rebeldía y dependencia con su
padre; un severo e implacable juez; el amor dividido entre dos mujeres:
su vieja nodriza y la sobrina de ésta. Los sentimientos encontrados
de afecto y rencor ante el amigo que lo traiciona y la tensión entre
dos lenguas, dos culturas y dos nacionalidades: la escocesa y la inglesa.
El propio Stevenson dijo que se identificaba con el carácter de
Archie Weir, y es notorio el paralelismo de su padre y su nodriza reales
con los de la narración.
Como en Jekyll
y Hyde, el inconsciente del héroe vuelve a proyectarse aquí
también al exterior. Pero ahora la proyección implica una
variedad de personajes. Si el relato que narra las peripecias de Hyde rinde
tributo a la tesis de la dualidad, en Weir encuentra cumplimiento
la conjetura de Jekyll de que el alma es una múltiple pluralidad
de entidades. Las figuras antagónicas del dominante padre Adam,
el malvado amigo Frank y las dos Kirsties parecen desgarrar en fragmentos
la vida del indeciso joven.
OLALLA
Es el relato sobre un amor imposible
en un escenario natural de fuertes tonos románticos, donde se entrecruzan
otros dos motivos: una reflexión sobre el alma y el tema de la licantropía.
El caserón señorial de Olalla está engastado en otro
tiempo, en la historia de un linaje clausurado dentro del que ella es sólo
un último momento de lucidez. La muchacha siente celos de su propia
mirada, su pelo y sus manos, y hasta de su propia alma. Cada parte y tiempo
de su vida ya vividos y pertenecientes sin remisión al ciclo cerrado
de la historia de su gente. Así el pasado rebosa su cuerpo y se
adueñó de sus sentidos, como si los muertos se resistieran
a irse de su sangre. "Hablamos del alma, pero el alma está en la
estirpe", dice Olalla, que no puede entregar en el amor un alma desasida
de su propia conciencia. Una naturaleza brava y primitiva rodea al caserón,
amenazado por el odio secular de los habitantes de la aldea que ocupa el
valle y por una profecía de fuego y destrucción. Olalla permanecerá
allí en su roca ya desguarnecida, junto a la madre-lobo apeada del
nivel humano por los excesos de sus padres, como un resto más, precioso,
asediado por un destino de seguro cumplimiento, sin tiempo ya para el amor,
en una espera vacía de todo futuro.